domingo, 5 de noviembre de 2023

Una noche con Roger Waters (Pink Floyd) en Porto Alegre

Lo más cerca que estuve de Pink Floyd. Foto propia.

Yo llegué tarde a la música rock. O no tarde, pero llegué después de la electrónica. Sin embargo, estudié por doce años en el centro histórico de la Ciudad de Guatemala y aprendí a beber cerveza de a litro con rockeros, justo antes de que el reggaetón desplazara al rock en las radios y en los bares. Ahora bien, aunque recuerdo cuando un día le pregunté a mi papá cómo se llamaba la canción que estaba sonando en la radio del carro y me respondió "Otro ladrillo en la pared" (no sé si lo tradujo a propósito), a Pink Floyd, llegué después del rock en español.

No soy quien para demeritar su calidad pero soy quien piensa que ninguna de las bandas anglosajonas hubieran sido instauradoras del discurso musical a nivel global (parafraseando a Focault) sin la centralidad del poder capitalista que les permitió desarrollar y distribuir su producto: sí, si no hubieran tenido toda una industria detrás y personas con corbata, locos como Lennon, Barrett, Plant, Page u Osbourne, entre muchos otros, no hubieran podido dedicarse a lo suyo y sus discos no hubieran llegado de este lado del mundo. Pienso en esto mientras me encuentro en la pista del show de despedida de Roger Waters en Porto Alegre, capital del estado brasileiro de Rio Grande do Sul, en medio de treinta mil personas.

Roger Waters en una de las cuatro pantallas gigantes del escenario.
Foto propia.

La verdad vine por lo histórico que era y por lo significativo que es Pink Floyd para varias personas queridas. Supongo que al estar ahí de alguna manera esas personas también estaban ahí, conmigo. Y bueno, pista era la localidad más barata y según yo, la única que hubiera valido la pena en décadas atrás para experimentar la psicodelia entre gente derritiéndose. Así que, sin querer, casi le hice caso a uno de los anuncios que aparecieron en una de las cuatro pantallas gigantes al inicio del show que invitaban a los asistentes a apagar sus teléfonos y, aunque no lo hice, casi no grabé ni tomé fotos. Casi no pude, la dupla guitarrista que acompaña a Waters en el "This is not a drill Tour" que está compuesta por un David, no Gilmour pero sí Kilminster y Jonathan Wilson, en la primera parte en canciones como "Another brick on the wall", "The powers that be" o "Have a cigar", amplificada por el potentísimo sistema de sonido instalado en la Arena do Grêmio, simplemente me llevaron entre las cuerdas, a tal punto, que se me pasó desapercibido cuando en una de las pantallas, entre muchas otras de las denuncias realizadas durante la noche, apareció el ex presidente de los Estados Unidos (1981-1989) Ronald Reagan con un subtítulo de "mató 30,000 inocentes en Guatemala". Algo que hubiera sido ideal para conversar con un trío de amigos, dos amigos y una amiga de más de cincuenta años que conocí al inicio del concierto que, por cierto, fue abierto por el acordeonista gaúcho Renato Borghetti. También en la primera parte, cuando sonó "Wish you were here", me fui a la barra con lágrimas en los ojos. Y como parte del tributo a Syd Barrett también sonó "Shine on you crazy diamond". Suena "Sheep" y una oveja inflable gigante flota en el aire azul del estadio.

Ya a la segunda parte cuando suena "In the flesh" mi performance está activo, a la seguidilla de clásicos como "Money",  "Us and them" y "Any colour you like" casi no llego. Como cuando salgo a bailar, el performance está activo y aparento que todo está bien, que la música lo es todo, que pierdo el control y soy poseído por un momento, aunque ni todo ni completamente. Mi performance del instante que se consume y es consumido está activo: La representación de la vida que se apaga. De matarse viviendo. La participación de Jon Carin y Robert Walter en los teclados así como de Shanay Johnson y Amanda Belair en las voces también es notable. El octagenario ex bajista de Pink Floyd se encarga de la voz principal, las guitarras, el bajo y el piano y la banda se completa con Gus Seyffert en el bajo, Joey Waronker en la batería y Seamus Blake en el saxofón. Tras más de dos horas el show culmina y comienza a llover. La noche y un impotente yo ante el lado oscuro de la luna (la desigualdad y la injusticia social) en Porto Alegre continúa. Después de todo, hoy, como todas las noches que lo vi desde la ventana del apartamento que alquilé en el centro histórico de Porto Alegre (después volar de Foz do Iguaçu a São Paulo y de ahí para POA y de haber hecho lo que quise una vez más) un tipo llegará a dormir debajo de un árbol en el parque de enfrente.

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