martes, 3 de abril de 2018

Donde juegan quienes se resisten a crecer

Anoche me contaste que ibas a ser papá y de inmediato vino a mi mente aquel cuadro en el que estás orinando en la maceta del piso 15 (¿ó 16?) del edificio El Centro que daba a una ventana -parecida a las que desde sexto grado nos parecieron televisiones- con la ciudad a oscuras de fondo: desde tus espaldas parecía que te estabas orinando sobre la noche. La soledad se había vuelto nuestra fiel compañera, la desgracia se había dado cuenta que era inútil y por eso se marchó, la sangre de los últimos días se había convertido en licor y estábamos bañados en ella. Esa noche, como anoche, fuimos y regresamos caminando. Siempre brindamos porque el día que dejemos de hacerlo nada será igual, será como dejar de leer o escuchar o presenciar. Porque el día de transmitir nuestra experiencia de vida llegaría y el "cómo" -que me enseñaste que era lo que definía todo- podría estar más claro.

No recuerdo si fue esa noche que después de despedirnos, regresé corriendo a abrazarte y decirte que te quería mucho. Siempre nos despedimos pero nunca nos decimos adiós. Siempre he odiado las despedidas. Más, sabiendo que todxs vamos al mismo lugar detrás de la frontera del tiempo.

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