miércoles, 6 de septiembre de 2017

But why?

Es fácil caer en el slogan de que "todo se trata de la música". Y no es que, a la larga, sea mentira. Pero la única música que se "pone en escena" autónomamente es la música "natural", la música que vino con el universo: el sonido que produce el viento cuando choca contra las hojas de los árboles o el canto de los pájaros, por ejemplo.

Toda la otra música, desde la música de fondo de la historia de la humanidad hasta la música que vos o yo escuchamos hoy por hoy, requiere de intermediarios para exponerse -y exponer a su autor.- De esa necesidad surgió la industria -derivada de la industria del entretenimiento- que emplea a personas para diversos roles alrededor del(a) artista.

La escena de música electrónica en Guatemala y Centroamérica no lleva más de 20 años y a pesar de la cercanía con México -tierra del rey de la comunicación- pocos roles se han desarrollado más allá de proveedores de audio, iluminación y montaje (las tornamesas y el mixer son, por lo general, inventario de los organizadores), proveedores de seguridad, servicios sanitarios y gerentes de mercadeo de las marcas patrocinadoras.

Si bien es cierto que hay algunas disqueras establecidas, el andamiaje de representación es incipiente: Apenas están empezando a venir agencias de booking y management y los circuitos de venues son objeto de investigación -e intervención- de mercado de las mismas marcas (que por lo general son de bebidas alcohólicas). La autogestión -en la mayoría de casos- ha derivado en estándares de ejecución amateur; la gestión de la música como agente cultural (de identidad y pertinencia social), llega en formatos y contenidos básicos una o dos veces al año con escasa convocatoria; la prensa especializada prácticamente no existe y por si fuera poco, son raros lxs artistas locales que se cuestionan: What do you play when different has become the same?

¿Y cómo se lo van a cuestionar si nadie se los exije? La música no existe sin un par de oídos críticos receptores que decodifiquen, interpreten y retroalimenten su mensaje. Pero, ¿quién (in)forma al dancefloor o la audiencia en que el canal/medio empleado, el mensajero/artista y el proveedor del micrófono/speaker también son el mensaje? 

La definición de "fiesta" monopolizó mucha de la razón de ser de nuestra cultura club/rave. Y no está mal: La vida es una mierda, pongámosle pausa y olvidémonos de ella por un rato. 

Este es el tercer mundo, aquí no podés traer al(a) artista que querás, cuando y a donde querás. Aquí pagar un fee + vuelos en primera clase, gastos de hospitalidad y after parties no es sostenible para cualquiera. Y no es rentable ante audiencias selectivas que rara vez asisten motivadas por los actos musicales sin distraerse por la oferta de fast food auditivo que atrae a las masas. Sin embargo -punto a favor del culto, todavía nos damos el lujo de carteles anunciando un solo main act internacional y warm ups locales, brindándoles el cronotopo que cada unx merece.

A pesar o a razón de lo espontáneo del orden, quienes "salen de fiesta" básicamente no cuestionan la naturaleza de su momento de enajenación: No se preguntan el por qué y para qué de la fiesta y mucho menos indagan a quién le están comprando estupefacientes. Como si celebraran sin motivo.

No, no estoy promoviendo el conservacionismo ni la intelectualidad. Sólo me surge una duda: ¿quién está configurando la experiencia que estamos viviendo? Porque en eso recae la oferta del marketing experiencial: "vivir una experiencia porque you only life once". El turismo musical en la región lleva la mitad del tiempo de la escena. Y vamos, aunque las locaciones alrededor de lagos, islas, playas, bosques, sí que son una experiencia que no envidia otras amenidades sintéticas, la fórmula parece la misma: una buena excusa para escapar, para no pensar por un rato.

¿Quiénes se benefician con las reuniones masivas convocadas en nombre de la música (festivales, por ejemplo)? ¿Qué ocurre fuera de nuestro mundo cuando nos encerramos en esas burbujas efímeras? ¿It's all about the music cuando estamos concientes de lo que estamos haciendo y participando? ¿Vale la pena la pregunta? ¿Serviría de algo la respuesta?

Es menester tanto un relevo generacional en las gerencias patrocinadoras como una infraestructura independiente que la rija. Sí, la puesta en escena digna de la música tiene que regresar -o ser arrebatada- por lxs artistas y amantes de la música mediante otros modelos que abandonen la promoción "de la música o artista del momento", que fomenten comunidades paralelas; que impulsen más empatía y menos "experiencias", que impulsen intercambio, libertad, inclusión, equidad, transparencia. Menos hedonismo y más motivos para celebrar. Es menester la protesta personal: no bailarle al DJ que pincha lo mismo desde hace un año, no asistir a los eventos de promotoras que reciclan experiencias o denigran la diversidad de todo tipo. Si esto no sucede, el verdadero underground seguirá en un bar de mala muerte o morirá en su habitación -otro punto a favor del culto.-


2 comentarios:

  1. Porque no se toca lo mismo de siempre, sólo se debe mantener el Dj fiel a su estilo, sino, es otro más del montón.

    ¡Buen artículo!

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  2. Te felicito. Es necesario que hayan voces críticas dentro de la escena. Ya es hora. Jorge Sierra

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